
Los blues se quedan con la orejona venciendo uno a cero al Manchester City en un partido muy táctico y trabado, que plasmó un claro choque de estilos.
Por el lado del City la pelota transitó, en gran parte, formando una medialuna en 3/4 de cancha, desde Mahrez hasta Sterling, pasando lenta y progresivamente por los mediocampistas celestes. El Chelsea, por otro lado, con sus principales armas en defensa -aunque con unos verdaderos misiles en ofensiva-, se agrupó como un equipo compacto pero ocupando grandes espacios, llenando toda la banda gracias a su esquema táctico, un 5-4-1 que logró generar superioridad numérica en las esquinas, pero sin destapar el medio del campo, gracias al despliegue de Jorginho y Kanté, de destacada participación.
En algunos momentos del encuentro se vio al City buscando al hombre libre entre la defensa del Chelsea y no encontrándolo, en otros, se vio a un Chelsea disparado a campo rival con carreras de Kanté, o pases a Werner, que pivoteó todo el encuentro de gran manera para luego «hacer pie con el balón», ayudando a su equipo a plantarse en terreno contrario, buscando también hacer circular el balón.
Minuto 42′ y Mount encuentra un hueco en la defensa del City, que venía regresando, para habilitar a Havertz, quien le gana la espalda a Zinchenko y se saca con el control a Ederson, definiendo a arco vacío. Uno a cero, y un gol que enfrió a menos tres grados el camarín del City, y revolucionó aún más el hambre de los comandados por Thomas Tuchel.

Segundo tiempo y los de Pep salieron a buscarlo, y aquí la tarea del Chelsea no fue otra que, firmemente, ir diluyendo la esencia del City, a eso que juega, mostrándole en cada momento una posibilidad, pero luego negándole su desarrollo, moldeando el ímpetu del City hacia la toma de ciertas decisiones, para luego truncarlas predeciblemente.
Este es el peor miedo de Pep, que viene haciéndose realidad hace algunos años en cada equipo que dirige; el del control insípido, predictible, sin profundidad, sin tampoco un caudillo lo suficientemente talentoso para romper con el flujo natural de esta esencia, que si no se comanda con audacia, ingenio disruptivo y valentía, se diluye progresivamente.
Lo que pudo condicionar de cierta manera este resultado, fue la salida de Kevin de Bruyne, tras un duro choque con Rüdiger, abandonando el campo de juego entre lágrimas de frustración y un feo moretón en el ojo. Por otro lado, el Kun Agüero ingresó tarde al encuentro, en los minutos finales, donde tuvo un par de ocasiones que pudieron haber sido más.
Producto de la desesperación, en los minutos finales fue donde se vio más incisivo al City, lanzando balonazos al área rival, generando tres ocasiones claras. Cuando se dejó de pensar tanto y se buscó en la incertidumbre, es cuando se generó mayor profundidad y peligro.
Siempre es curioso ver como un entrenador que puede ser tildado por los románticos de resultadista, que juega a defender, a barrerse, a cubrir espacios en vez de tener la pelota, termina generando una propuesta mucho más compleja que estas alegaciones. Se termina por transformar una defensa clásica, asociada al más débil, orientada solamente a repeler el ataque rival, en una defensa para comandar el ritmo del partido, para diluir la sorpresa en el contrario, induciéndolo todo el partido a tomar los mismos caminos ya transitados, desgastándolo mentalmente, frustrándolo, para luego, de la mano del talento y la rapidez de sus atacantes, encontrar una defensa rival abierta y vulnerable, logrando marcar el tanto decisivo de la final en solo tres pases.
Segunda orejona para el Chelsea y la primera para Thomas Tuchel, quien ya se había quedado en las puertas de la gloria el año pasado con el PSG. Hoy el alemán se cobró una preciada y merecida revancha.